Mira al mar, al bosque, o a la montaña, o solamente
al género humano, y sentirás la sensación de complicidad, de pertenencia y de
cercanía.
La mirada sola no es suficiente, se necesita un ojo
que atraviesa los cuerpos y las mentes para llegar a una simbiosis comunicativa
con el otro, que nos hace correr los caminos invisibles de nuestra realidad.
Donde hay bondad hay color, y donde hay respeto y
amor hay formas y materias, que añaden a nuestra estancia terrestre un dulce
capricho de expresarnos a través del color, las formas, la música o la letra.
El flujo de imágenes que invaden nuestro campo
visual diariamente, es también una fuente para nuestra inspiración, para
nuestra creatividad. Cierto es que lo transitorio es efímero y sin objetividad,
Pero también deja huellas en nuestra memoria y en nuestra manera de ser. ¿Por
que no somos capaces de remodelar estas huellas de lo cotidiano buenas o malas-
para hacerlas factores del entendimiento y de convivencia?
¿De verdad necesitamos el uso del insulto, del
desprecio o de la violencia corporal, para hacernos entender?
Prefiero caminar con un ramo de flores real o
pintado en la mano, que gritar a mi semejante.
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