Mira
al mar, al bosque, o a la montaña, o solamente al género humano, y sentirás la
sensación de complicidad, de pertenencia y de cercanía.
La
mirada sola no es suficiente, se necesita un ojo que atraviesa los cuerpos y las
mentes para llegar a una simbiosis comunicativa con el otro, que nos hace
correr los caminos invisibles de nuestra realidad.
Donde
hay bondad hay color, y donde hay respeto y amor hay formas y materias, que
añaden a nuestra estancia terrestre un dulce capricho de expresarnos a través
del color, las formas, la música o la letra.
El
flujo de imágenes que invaden nuestro campo visual diariamente, es también una
fuente para nuestra inspiración, para nuestra creatividad. Cierto es que lo
transitorio es efímero y sin objetividad. Pero también deja huellas en nuestra
memoria, y en nuestra manera de ser. ¿Porque no somos capaces de remodelar
estas huellas de lo cotidiano -buenas o malas- para hacerlas factores del
entendimiento y de convivencia?
¿De
verdad necesitamos el uso del insulto, del desprecio o de la violencia
corporal, para hacernos entender?
Prefiero
caminar con un ramo de flores real o pintado en la mano, que de gritar a mi
semejante.
Diciembre
2007
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